Aun recuerdo con nostalgia, aquellos atardeceres rojos de
los meses de la calenda. Donde armados con bocadillos a modo de merienda cena,
nos sentábamos en el cálido suelo alrededor de mi tía para escuchar sus
cuentos. Historias sencillas cargadas de humanidad. Antiguas leyendas llenas de
emoción y buenos propósitos. Aquellos relatos, en los que bien pudiera pensar,
que el espíritu del insigne Gustavo Adolfo Becquer la poseía para continuar de
su boca sus cuentos y leyendas. Historias inventadas que iba improvisando sobre
la marcha, que nos hacía ser al escucharlas, un poco mejor. Resaltando los
valores del ser humano de nobleza, valentía, honor, constancia, camaradería,
humildad, caridad, misericordia, compasión. Valores estos que tristemente se están
perdiendo. Hoy nadie hace nada por nadie sin esperar algo a cambio, aunque sólo
sea el reconocimiento de su acto. La humildad parece haberse esfumado.
Sentada en su pequeña silla de madera y rafia, se acomodaba
con su abanico de tonos negros y ocres, con el que aliviaba sus calores
estivales. La tenue luz de la farola ubicada a sus espaldas, ejercía dos
funciones: atraer los molestos mosquitos de la noche a su luz, y ofrecernos la
iluminación cenital que a modo de improvisado escenario, coronaba la silueta
opaca de aquella especial cuenta cuentos. Sus improvisados gestos, movimientos
de manos y expresiones faciales, la convertían en todo un espectáculo. Algunos
de los padres que venían a recoger a sus hijos, se quedaban en silencio a
esperar que terminase de contar algunos cuentos. Como si no fuera con ellos la
situación, se les podía apreciar en sus caras, que también se emocionaban con
aquellas historias. Tal vez si sus múltiples tareas diarias se lo hubieran
permitido, y Dios la hubiera dotado de la docta ortografía de Cervantes, hubiera
podido plasmar aquellos hermosos cuentos, para el deleite de la humanidad. Es
una pena que aquellas historias cargadas de buenos propósitos, que en ocasiones
nos hacían reír cuando las entremezclaba con tintes escatológicos, no estén
ubicadas en los catálogos de algunas editoriales, sobre todo las didácticas. Estoy
convencido de que aquellos privilegiados espectadores de las dulces noches de
la calenda, aun conservamos con nostalgia, su armoniosa voz de tonos finos y
delicados que nos embelesaba.
Cuando las noches de tormenta, el tenebroso rayo amenazaba
con turbar mi sueño, sentada en el lateral de la cama, me dormía escuchando su
inacabada historia de las entrañables raposas, que despertó en mí, el
sentimiento de lucha y afán de superación, donde es impensable la rendición. Y
cuando el bramido del trueno retumbaba en la casa, interrumpía la leyenda para
cantar con voz baja, a modo de nana y dándole una bonita entonación esta oración.
“Santa Bárbara va por el campo, buscando al Espíritu Santo. Este no puede
dormir, por las penas que han de venir; una de fuego, una de piedra y una de
mala ventura, que no me haga daño a mi, ni a ninguna criatura.” Y así de está
forma, como si de un sortilegio se tratara, sumergido en la historia y el canto
mágico quedaba dormido ajeno al mundo exterior, el cual dejaba colgado de un
estante, para recogerlo cuando fuera mayor.
Lo poco que tenía lo repartía entre los pobres, algunas
tardes cuando el sol arreciaba, cargábamos agua fresca en un cántaro, para dar
de beber a los trabajadores de la cercana cantera, odiados por todo el pueblo
por el peligro de sus detonaciones. De un espíritu tan humano, sólo podían
salir historias hermosas, leyendas que forjaron mi existencia en pro de un
mundo mejor.
Cuando murió, junto a su tumba imaginé un hermoso libro
repleto de sus cuentos. Un simple adiós, acompañado de un beso y una flor fueron mi triste despedida de quien de mi infancia cuidó. Sé que ahora el mismo
Dios, caerá embelesado por sus historias del más puro amor.
Con la esperanza de la resurrección, cuando la Parca venga
en mi busca, nuevamente volveré a sentir el refugio de su tenue voz y de sus
cuentos y leyendas.
Aquí te dejo mi querida tía, mi más sencillo homenaje en
este día especial del libro. Nunca olvidaré aquellos nostálgicos años de mi
niñez.
(C) Joan Tudela 2012
Que pena que con la generación de tu tía se perdiera también la tradición de contarle cuentos a los niños y a los no tan niños.
ResponderEliminarSaludos.
Esta es una de las muchas cosas buenas que se estan perdiendo y que nunca se deberían de perder. En nosotros está el recuperarlas.
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