De los filósofos de la antigüedad, Diógenes es sin duda para mí el mejor de todos ellos. Deambulaba por las calles con un candil encendido en busca del hombre puro. Creo prudente afirmar que posiblemente él era el único, pero su humildad le impedía reconocerlo.
Pequeña introducción biogràfica:
Diógenes de Sinope fue un filósofo
griego que vivió aproximadamente entre los años 412 y 323 a.C. Fue discípulo de
Antístenes, fundador de la escuela cínica (considera a la civilización y su
forma de vida como un mal, y que la felicidad viene dada siguiendo una vida
simple y acorde con la naturaleza). Llevó las concepciones de su maestro
hasta las consecuencias más
extremas. Rechazaba todos los avances de la civilización y exhortaba a limitar
la satisfacción de las necesidades a las indispensables y de carácter animal.
Rechazaba también el politeísmo con todos los cultos religiosos, por
considerarlos instituciones puramente humanas y superfluas. Criticaba las
diferencias de clase, predicaba el ascetismo. La tradición le ha atribuido
osadía e independencia ante los poderosos, y desden por todas las normas
de conducta social. Podemos
decir que Diógenes es el sabio cínico más cautivante, a tal punto que su figura
se ha convertido en una leyenda. Se dice que vivía en un tonel. Su aspecto era
descuidado y su estilo burlón. Era en extremo un transgresor. No ha llegado a
la posteridad ningún escrito suyo. La fuente más completa que se dispone sobre su vida es la
extensa sección que su tocayo Diógenes Laercio le dedicó en sus “Vidas,
opiniones y sentencias de los
filósofos más ilustres”.
Frases célebres:
“Busco un hombre honesto”. (Motivo por
el cual deambulaba con un candil encendido)
“El elogio en boca propia desagrada a
cualquiera”.
“El insulto deshonra a quien lo
infiere, no a quien lo recibe”.
“El movimiento se demuestra andando”.
“Probablemente los asnos se rían de ti,
pero no te importa. Así, a mí no me importa que los demás se rían de mí”.
“Un pensamiento original vale mil citas
insignificantes”.
“Un hombre debe vivir cerca de sus
superiores como cerca del fuego: ni tan cerca para que se queme ni tan lejos para
que se hiele”.
“Callando es como se aprende a oír;
oyendo es como se aprende a hablar; y luego, hablando se aprende a callar”.
Episodios anecdóticos que reflejan sus
ideas:
Critica a la religión:
Viendo en una ocasión cómo los
sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una
vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: “Los ladrones grandes
llevan al preso pequeño”.
Desprecio de las
convenciones sociales:
Solía decir según sabemos a través de
Hecatón que “es preferible la compañía
de los cuervos a la de los aduladores, pues aquellos devoran a los muertos; éstos,
a los vivos”.
La vuelta a la naturaleza:
Cierta vez, observando a un niño que bebía
con las manos, arrojó el cuenco que llevaba en la alforja, diciendo: “Un niño me superó
en sencillez”. Asimismo, se deshizo de su escudilla cuando vio que otro niño,
al que se le había roto el plato, recogía sus lentejas en la cavidad de un
pedazo de pan.
La sabiduría y la filosofìa:
A uno que le reprochó: “Te dedicas a la
filosofía y nada sabes”, le respondió: “Aspiro a saber, y eso es justamente la filosofía”.
La filosofìa como
provocación:
“Decía imitar el ejemplo de los
maestros de canto coral, quienes exageran la nota para que los demás den el
tono justo”
.
Su mendicidad:
Se le preguntó: “¿Por qué la gente da
dinero a los mendigos y no a los filósofos?”. Respondió: “Porque piensan que,
algún día, pueden llegar a ser mendigos, pero filósofos, jamás”.
Anécdota con
Alejandro Magno
Al oír hablar sobre
Diógenes, Alejandro Magno quiso conocerlo. Así que un día en que el filósofo
estaba acostado tomando el sol, Alejandro se paró ante él.
Diógenes se percató también de la presencia de aquel joven espléndido. Levantó la mano como comprobando que, efectivamente, el sol ya no se proyectaba sobre su cuerpo. Apartó la mano que se encontraba entre su rostro y el del extraño y se quedó mirándolo.
El joven se dio cuenta de que era su turno de hablar y pronunció:
- "Mi nombre es Alejandro El Grande”. Pronunció esto último poniendo cierto énfasis enaltecedor que parecía más bien aprendido.
- "Yo soy Diógenes el perro”
Hay quienes dicen que retó a Alejandro Magno con esta frase, pero es cierto también que en Corinto era conocido como Diógenes el perro. Alejandro Magno era conocido en la polis así como en toda la Magna Grecia.
A Diógenes no parecía importarle quien era, o quizá no lo sabía.
El emperador recuperó el turno:
- "He oído de ti Diógenes, de quienes te llaman perro y de quienes te llaman sabio. Me place que sepas que me encuentro entre los últimos y, aunque no comprenda del todo tu actitud hacia la vida, tu rechazo del hombre virtuoso, del hombre político, tengo que confesar que tu discurso me fascina".
Diógenes parecía no poner atención en lo que su interlocutor le comunicaba. Más bien comenzaba a mostrarse inquieto. Sus manos buscaban el sol que se colaba por el contorno de la figura de Alejandro Magno y cuando su mano entraba en contacto con el cálido fluir, se quedaba mirándola encantado.
- “Quería demostrarte mi admiración", dijo el emperador. Y continuó: "Pídeme lo que tú quieras. Puedo darte cualquier cosa que desees, incluso aquellas que los hombre más ricos de Atenas no se atreverían ni a soñar".
- “Por supuesto. No seré yo quien te impida demostrar tu afecto hacia mí. Querría pedirte que te apartes del sol. Que sus rayos me toquen es, ahora mismo, mi más grande deseo. No tengo ninguna otra necesidad y también es cierto que solo tú puedes darme esa satisfacción”
Mas tarde Alejandro comentó a sus generales: "Si no fuera Alejandro, me hubiera gustado ser Diógenes."
Diógenes se percató también de la presencia de aquel joven espléndido. Levantó la mano como comprobando que, efectivamente, el sol ya no se proyectaba sobre su cuerpo. Apartó la mano que se encontraba entre su rostro y el del extraño y se quedó mirándolo.
El joven se dio cuenta de que era su turno de hablar y pronunció:
- "Mi nombre es Alejandro El Grande”. Pronunció esto último poniendo cierto énfasis enaltecedor que parecía más bien aprendido.
- "Yo soy Diógenes el perro”
Hay quienes dicen que retó a Alejandro Magno con esta frase, pero es cierto también que en Corinto era conocido como Diógenes el perro. Alejandro Magno era conocido en la polis así como en toda la Magna Grecia.
A Diógenes no parecía importarle quien era, o quizá no lo sabía.
El emperador recuperó el turno:
- "He oído de ti Diógenes, de quienes te llaman perro y de quienes te llaman sabio. Me place que sepas que me encuentro entre los últimos y, aunque no comprenda del todo tu actitud hacia la vida, tu rechazo del hombre virtuoso, del hombre político, tengo que confesar que tu discurso me fascina".
Diógenes parecía no poner atención en lo que su interlocutor le comunicaba. Más bien comenzaba a mostrarse inquieto. Sus manos buscaban el sol que se colaba por el contorno de la figura de Alejandro Magno y cuando su mano entraba en contacto con el cálido fluir, se quedaba mirándola encantado.
- “Quería demostrarte mi admiración", dijo el emperador. Y continuó: "Pídeme lo que tú quieras. Puedo darte cualquier cosa que desees, incluso aquellas que los hombre más ricos de Atenas no se atreverían ni a soñar".
- “Por supuesto. No seré yo quien te impida demostrar tu afecto hacia mí. Querría pedirte que te apartes del sol. Que sus rayos me toquen es, ahora mismo, mi más grande deseo. No tengo ninguna otra necesidad y también es cierto que solo tú puedes darme esa satisfacción”
Mas tarde Alejandro comentó a sus generales: "Si no fuera Alejandro, me hubiera gustado ser Diógenes."
(C) Joan Tudela 2012
Muy buena publicación. Me encanta su Blog. Muchas gracias. Camelia
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